lunes, 21 de diciembre de 2009

Anécdotas Navideñas


Sin el ánimo de aburrir con lugares comunes o relatos semimágicos tan frecuentes en estas épocas, quiero compartir un par de cosas que en otros diciembres me tocaron en suerte experimentar.
¿Qué varón argentino y entrerriano no ha al menos pensado alguna vez disfrazarse de Santa Claus para navidad? Tal vez sean menos de los que creo, pero algunos de los que lean esto hasta seguramente lo han hecho.
Deben obviamente darse algunas condiciones para ello: por ejemplo, debe haber en la reunión navideña la presencia de niños menores no avivados y ávidos de recibir sus regalos navideños, además de los regalos en sí (es antieconómico comprarles a todos); puede darse el hecho laboral de haber sido contratado tiempo completo por WalMart, lo cual implicará el uso del atuendo navideño 24 hs al día durante al menos un mes (de ahí se explica la cara de pocos amigos de don Noel cuando uno le acerca un chico para fotografiarse). En fin, algunas de esas cosas (aunque no la última) se dieron para que me decidiera a tal desafío.
Mi atuendo entre elaborado y casero constaba de un gorro frigio con traje rojo brillante tipo raso, níveas barbas de algodón y botas de goma pampero nº 43 (negras). Como imaginarán no es indumentaria recomendable para usar en diciembre, pero... todo sea por no romper la ilusión navideña.
Luego de los preparativos con engaño incluido (el tío Fabián fue a “echar nafta”... un 24 a las 23.50) llegó el momento de aparecer. Como todo personaje teatral
pensé en hacer una entrada impactante... para lo cual antes tenía que salir de la casa. Entonces salí a la calle para tocar el timbre... sin imaginarme que me encontraría en la puerta con unos 20 pilluelos arrojando petardos y otros explosivos que, al grito de “vino Papá Noel!!!”, corrieron hacia mi inquieriéndome “me trajiste el Power Ranger?” o directamente “dame mi pista!”...
En ese lapso (que me pareció como 1 mes) lo único que atiné a decir con voz entre gruesa y carrasperosa (me salió casi el Coco Basile) fue “vayan a sus arbolitos que ya pasé por sus casas”, lo cual provocó no sólo la estampida de los niños, sino de los padres que, algunos bloqueando entradas y otros corriendo a colocar regalos, dejaron desierta la calle. Mientras, yo tocaba infructuosamente el timbre por décima vez y tenía más calor que camello con fiebre...
Pensando en que el resto de la actuación sería más tranquila ingresé con un grave “hoola chiiicos” con lo cual logré no sólo que la mitad de la concurrencia infantil echara a llorar a gritos, sino que la otra mitad se quedara inmóvil y con los ojos como huevos fritos...
Gracias a la animación extra de los padres presentes pude repartir los regalos y, en los 5 segundos restantes de los 25 que duró mi actuación, salir huyendo.
Luego de cambiarme y de volver como “el tío Fabián” pero con 2 kilos menos, la audiencia menuda estaba aún shockeada. A Alondra (5), luego del impacto, le quedaron 2 impresiones básicas de Papá Noel: que tenía “un cinto ancho parecido al de mamá” y que “es casado porque tiene anillo”.
Luego de esta casi frustrante prueba, al año siguiente decidí repetir mi aparición para revertir la pobre imagen con la que quedaron los retoños. Eso sí, con algunos recaudos producto de la experiencia previa. Ya contaba con una careta (menos expresiva pero más cubritiva), cambié las pampero por unas Nikes negras de básquet (menos calurosas) y descarté el cinturón de mi cuñada, además de quitarme el anillo. Ya un año más grandes los niños estaban más tranquilos pero más observadores, sobre todo Matías (8) quien ya desconfiaba de mi ausencia. Después de lo que creí una exitosa actuación (que duró casi 5 minutos!!), y con todos felices, Matías me encara diciéndome:
- Ya sé quién sos vos!
Tragué saliva sin decir nada y lo dejé hablar...
- Sólo te digo 2 cosas: la lancha me vino sin pilas y al Jenga que te pedí lo ví a 10 pesos en Wal Mart, no te costaba nada traérmelo!!!!

Que la navidad los encuentre juntos, con salud y mucho amor para dar.
Feliz navidad para todos!